La Alegría – Una Señal de Dios

Solo hay una verdadera tristeza, ¡no ser santo! El novelista, filósofo y ensayista francés Leon Bloy termina su novela La Mujer que era Pobre con esa frase tan citada. Aquí hay una cita menos conocida de Leon Bloy que nos ayuda a comprender por qué hay tanta tristeza en no ser
santo. La alegría es un signo seguro de la vida de Dios en el alma.

La alegría no es solo un signo seguro de la vida de Dios en el alma, es un signo de la vida de Dios: punto. La alegría constituye la vida interior de Dios. Dios es gozo. Esto no es algo en lo que podamos creer fácilmente. Por muchas razones, nos resulta difícil pensar en Dios como feliz,
gozoso, complacido y (como dice Juliana de Norwich) relajado y sonriente. El cristianismo, el judaísmo y el islam, a pesar de todas nuestras diferencias, tienen esto en común. En nuestra concepción popular, todos concebimos a Dios como varón, célibe y, en general, disgustado y
decepcionado con nosotros. Luchamos por pensar que Dios está feliz con nuestras vidas y, lo que es más importante, que Dios está feliz, alegre, relajado y sonriente.

Sin embargo, ¿cómo podría ser de otra manera? La Escritura nos dice que Dios es el autor de todo lo bueno y que todo lo bueno proviene de Dios. Ahora bien, ¿hay una bondad mayor en este mundo que la alegría, la felicidad, la risa y la gracia vivificante de una sonrisa benevolente?
Claramente no. Esto constituye la vida misma del cielo y es los que hace que valga la pena vivir la vida en la tierra. Seguramente entonces toman sus orígenes dentro de Dios. Esto significa que Dios está gozoso, es gozo.

Si esto es cierto, y lo es, entonces no debemos concebir a Dios como un amante decepcionado, un cónyuge enojado o un padre herido, frunciendo el ceño ante nuestras deficiencias y traiciones. Más bien, Dios podría ser imaginado como una abuela o un abuelo sonriente,
deleitándose en nuestras vidas y energía, a gusto con nuestra pequeñez, perdonando nuestras debilidades y siempre tratando de persuadirnos gentilmente hacia algo más elevado.

Un creciente cuerpo de literatura hoy sugiere que la experiencia más pura de amor y alegría en esta tierra no es la que se experimenta entre amantes, cónyuges o incluso padres e hijos. En estas relaciones, hay inevitable (y comprensiblemente) suficiente tensión y egoísmo para
colorear tanto su pureza como su alegría. Por lo general, esto es menos cierto en la relación de los abuelos con sus nietos. Esa relación, más libre de tensión y egoísmo, es a menudo la experiencia más pura de amor y alegría en esta tierra. Allí, el deleite fluye más libremente, más
pura, más gratamente, y refleja más puramente lo que está dentro de Dios, a saber, el gozo y el deleite.Dios es amor, nos dicen las escrituras; pero Dios también es gozo. Dios es la sonrisa amable y benevolente de un abuelo que mira con orgullo y deleite a un nieto.

Sin embargo, ¿cómo cuadra todo esto con el sufrimiento, con el misterio pascual, con un Cristo sufriente que con sangre y angustia paga el precio de nuestro pecado? ¿Dónde estaba el gozo de Dios el Viernes Santo cuando Jesús clamó en agonía en la cruz? Además, si Dios es gozo,
¿cómo contamos las muchas veces en nuestras vidas en las que, viviendo honestamente dentro de nuestra fe y nuestros compromisos, no nos sentimos gozosos, felices, riendo, cuando luchamos por sonreír?

La alegría y el dolor no son incompatibles. Tampoco la felicidad y la tristeza. Más bien, con frecuencia se sienten juntos. Podemos sentir un gran dolor y aun así ser felices, al igual que podemos estar libres de dolor, experimentar placer y ser infelices. La alegría y la felicidad se
basan en algo que permanece en el dolor, a saber, el significado; sin embargo, esto necesita ser entendido. Tendemos a tener una noción superficial e inútil de lo que constituye tanto la alegría como la felicidad. Para nosotros son incompatibles con el dolor, el sufrimiento y la
tristeza. Me pregunto cómo habría respondido Jesús el Viernes Santo mientras colgaba de la cruz si alguien le hubiera preguntado: “¿Estás feliz allá arriba?” Sospecho que habría dicho algo en ese sentido. “Si estás imaginando la felicidad de la forma en que la imaginas, ¡entonces no! ¡No estoy feliz! ¡Particularmente hoy! de entre todos los días. Más lo que estoy experimentando hoy en medio de la agonía es un significado, un significado tan profundo que contiene una alegría y una felicidad que perduran a través de la agonía. Dentro del dolor, hay
una profunda alegría y felicidad al entregarme a esto. La infelicidad y la tristeza, tal como las concibe, van y vienen; el significado permanece a través de esos sentimientos.”

Saber esto todavía no nos facilita aceptar que Dios es gozo y que el gozo es un signo seguro de la vida de Dios en el alma. Sin embargo, saberlo es un comienzo importante, sobre el que podemos construir.

Hay una profunda tristeza en no ser santo. ¿Por qué? Porque nuestra distancia de la santidad es también nuestra distancia de Dios y nuestra distancia de Dios es también nuestra distancia de la alegría.


Por P. Ron Rolheiser, OMI (Trad. por Julia Hinojosa). Este artículo apareció originalmente en ronrolheiser.com.

P. Rolheiser es un es un sacerdote Católico Romano, miembro de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada, y presidente de Oblate School of Theology. Rolheiser es un teólogo, profesor, y un autor premiado. Aparte de su conocimiento académico en teología sistemática y filosofía, él se ha convertido en un orador popular en espiritualidad y religión contemporáneas y en el mundo secular. El escribe en un artículo semanal que es llevado a más de 70 periódicos de todo el mundo.

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