La pornografía es la mayor adicción en el mundo de hoy, y por un amplio margen. Afecta principalmente a los hombres, más también es una adicción creciente entre las mujeres. Gran parte de esto, por supuesto, se debe a su fácil y gratuita disponibilidad en Internet. Todos ahora (incluidos nuestros propios niños pequeños) tienen acceso inmediato desde la privacidad de sus teléfonos o computadoras portátiles, y en el anonimato. Ya no tendrás que escabullirte a alguna sección sórdida de la ciudad para ver lo prohibido. Hoy en día, la pornografía está ganando una mayor aceptación en lo convencional. ¿Cuál es el daño o la vergüenza en ello? De hecho, ¿cuál es el daño o la vergüenza en ello? Para un número creciente de personas hoy en día, no hay daño ni vergüenza en ello. Su punto de vista es que, cualquiera que sea su desventaja, la pornografía es una liberación de la antigua represión sexual religiosa. De hecho, muchas personas lo ven como una expresión saludable de la sexualidad (sorprendentemente, esto incluye incluso a algunas escritoras feministas). Personajes de la televisión convencional bromean sobre su colección de pornografía, como si fuera tan inocente como una colección de viejos álbumes favoritos, y tengo colegas que argumentan que nuestra resistencia a ella simplemente delata la represión sexual. El sexo es hermoso, argumentan, entonces, ¿por qué tenemos miedo de mirarlo?¿Qué tiene de malo la pornografía? Casi todo, y no sólo desde una perspectiva moral.
Comencemos con el argumento: el sexo es hermoso, entonces, ¿por qué tenemos miedo de mirarlo? Esa lógica tiene razón en una cosa, el sexo es hermoso, tan hermoso de hecho que necesita ser protegido de su propio poder. Decir que se puede mirar como uno podría mirar una hermosa puesta de sol es ingenuo, religiosa y psicológicamente. Religiosamente, se nos dice que nadie puede mirar a Dios y vivir. Eso también es cierto para el sexo. Su misma luminosidad necesita un velo. Además, es psicológicamente ingenuo argumentar que este tipo de intimidad profunda puede exhibirse públicamente. No puede y no debe. La exhibición pública de ese tipo de intimidad viola todas las leyes de decoro y respeto por aquellos involucrados en esta intimidad y de los que miran. Como todas las cosas profundamente íntimas, necesita un velo adecuado.
Luego, al hablar de la belleza del sexo y del cuerpo humano, debemos hacer una distinción entre desnudo y desnudez. Cuando un buen artista pinta un cuerpo desnudo, un desnudo sirve para resaltar la belleza de toda la persona, cuerpo y alma, incluida su sexualidad. En un desnudo, la sexualidad está conectada con la totalidad, con el alma; cuánto al contrario con la desnudez. Esta expone el cuerpo humano de una manera que destruye su integridad, separa su alma y escinde el sexo de toda la persona. Cuando esto sucede, y eso es precisamente lo que sucede en la pornografía, el sexo se convierte en algo sin alma, escindido, mecánico, sin un significado profundo, bipolar, algo de lo que necesitas regresar a tu ser real. Y, cuando eso sucede, toda profundidad desaparece y entonces, como W.H. Auden escribe, todos sabemos las
pocas cosas que nosotros, como mamíferos, podemos hacer.
Lamentablemente, hoy para muchos de nuestros jóvenes, especialmente para los niños, la pornografía es su educación sexual inicial, y es una que puede dejar una huella permanente en ellos. Esa huella puede tener efectos a largo plazo en la forma en que entienden el significado del sexo, cómo respetan o no respetan a las mujeres y cómo captan o no el vínculo vital y sentimental entre el sexo y el amor. La pornografía, y no solo en los jóvenes, puede dejar cicatrices difíciles de superar. El argumento en contra es que la pornografía bien puede deformar inicialmente la visión de un adolescente pero que esto se curará una vez que madure y se enamore de verdad. Mi esperanza es que esto sea cierto, no obstante, mi preocupación es que la huella inicial pueda, a largo plazo, manchar la forma en que una persona se enamora y especialmente cómo entiende la reciprocidad radical que se le pide al sexo en el amor. Tal es el poder potencial de la pornografía.
Más allá de todo esto, se podría argumentar con fuerza que la pornografía (en su producción y visualización) es violencia contra la mujer y que la pornografía sutil y no tan sutilmente promueve la violencia contra la mujer.
Finalmente, en una cultura que se enorgullece sobre todo de su sofisticación y liberación, sobre todo de su liberación de muchos de nuestros antiguos tabúes religiosos, uno duda incluso en mencionar la palabra “castidad” en este contexto. ¿Se atreve uno a decir que la pornografía es mala porque es la antítesis misma de la castidad? ¿Se atreve uno a usar la castidad como argumento cuando en su mayor parte nuestra cultura desdeña la castidad, la compadece y reserva un cinismo particular para los grupos religiosos que aún defienden el viejo adagio, “guárdalo para tu cónyuge”? Peor aún, es el cinismo de hoy frente a la idea de permanecer castos para Jesús. Sin embargo, el ideal de castidad incrusta el sexo en el romance, la santidad, el compromiso, la comunidad y el alma, mientras que la pornografía lo retrata sin alma y lo incrusta en una privacidad enfermiza. Así que los dejo con la pregunta: ¿cuál hace del sexo algo sucio?
Por P. Ron Rolheiser, OMI (Trad. por Julia Hinojosa). Este artículo apareció originalmente en ronrolheiser.com.
P. Rolheiser es un es un sacerdote Católico Romano, miembro de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada, y ex-presidente de Oblate School of Theology. Rolheiser es un teólogo, profesor, y un autor premiado. Aparte de su conocimiento académico en teología sistemática y filosofía, él se ha convertido en un orador popular en espiritualidad y religión contemporáneas y en el mundo secular. El escribe en un artículo semanal que es llevado a más de 70 periódicos de todo el mundo.