Más tortuoso que todo lo demás es el corazón humano, más allá del remedio; quien puede entenderlo. El Profeta, Jeremías, escribió esas palabras hace más de 2500 años y cualquiera que luche con las complejidades del amor y las relaciones humanas pronto sabrá de lo que habla.
Quien realmente puede entender el corazón humano, dadas algunas de las formas curiosas y crueles que a veces tenemos de expresar amor. Por ejemplo, Nadia Bolz-Weber comparte algo a lo que todos somos propensos: “Inevitablemente, cuando no puedo dañar a las personas que me perjudicaron, acabo perjudicando a las personas que me aman”. Cuan cierto. Cuando hemos sido heridos, casi todos los instintos en nosotros gritan represalias; sin embargo, la mayoría de las veces, no es posible, ni seguro, tomar represalias contra las personas que nos lastimaron. O, tal vez ni siquiera tenemos claro quién nos hizo daño. Entonces, al tener que arremeter contra alguien, atacamos donde es seguro hacerlo, es decir, a aquellos en quienes confiamos que lo absorberán, a aquellos con quienes nos sentimos lo suficientemente seguros como para hacerlo. Los atacamos porque sabemos que no tomarán represalias. En pocas palabras, a veces tenemos que estar realmente enojados con alguien y dado que no podemos desahogar esa ira en la persona o personas responsables, nos desahogaríamos en alguien en quien inconscientemente confiamos que en una manera segura lo aceptará.
Si eres un padre amoroso, un cónyuge fiel, un amigo de confianza, un verdadero consejero, un buen ministro o incluso alguien que con integridad representa oficialmente una agencia moral o una iglesia, puede ser bueno saberlo. De lo contrario, es demasiado fácil interpretar erróneamente algo de la ira y la recriminación que se te presentarán y lo tomarás también personalmente y no por lo que realmente es. Cuando alguien a quien amas está enojado contigo, es difícil reconocer y aceptar que probablemente eres el objeto de ese enojo a pesar de que no eres la causa, sino que es el único lugar seguro donde esta persona puede azotarlo sin temor a represalias y hacer que su amargura se absorba. Si no comprendes la dinámica peculiar del amor que está en juego aquí, inevitablemente lo tomarás también personalmente, te desgarrará por dentro, lamentarás su injusticia y batallarás para llevarlo con el amor que inconscientemente se te pide.
No obstante, esto puede ser muy difícil de aceptar, incluso cuando comprendemos por qué está sucediendo. Este tipo de amor exige una fuerza casi inhumana. Por ejemplo, como cristianos tenemos una admiración especial por la madre de Jesús, ya que imaginamos lo que ella debió haber sentido al estar parada debajo de la cruz, observando a su hijo, la bondad y la inocencia misma, sufrir una injusticia brutal y violenta. Sin disminuir de ninguna manera el dolor que habría sentido entonces, parada indefensa como lo hizo en esa horrible injusticia, tuvo el consuelo de saber que su hijo la amaba profundamente. Su dolor habría sido insoportable, como lo sería el dolor de cualquier madre en esa situación, pero su dolor tenía cierta (me atrevo a usar la frase) “limpieza” al respecto. Ella era libre de empatizar total y abiertamente con su hijo, sabiendo que su amor le estaba dando permiso para sentir lo que ella sentía.
Sin embargo, muchos son la madre amorosa, el padre amoroso, un cónyuge fiel o un amigo de confianza cuyo corazón se rompe por la ira y la acusación que les dirige alguien a quien han amado y a quien han sido fieles. ¿Cómo pueden no sentirse acusados, culpables y responsables de la amarga crucifixión que están experimentando? Su dolor no se sentirá “limpio”. En efecto, lo que sienten es más lo que Jesús sintió cuando estaba siendo crucificado que lo que su madre sintió al presenciarlo. Están experimentando a lo que se refiere San Pablo en su Segunda Carta a los Corintios cuando escribe que, aunque inocente, Jesús se convirtió en pecado. Esa única expresión, a menos que se lea correctamente, puede ser una de las líneas más horripilantes de las Escrituras. Sin embargo, entendido dentro de la dinámica del amor, resalta poderosamente lo que el amor realmente significa más allá de los cuentos de hadas. El verdadero amor es la capacidad de absorber la injusticia con comprensión, empatía y solo teniendo en cuenta el bien del otro.
Por supuesto, a veces la ira dirigida hacia nosotros por las personas que amamos está justificada y habla de nuestra traición, nuestro pecado y nuestra ruptura de confianza. Algunas veces las acusaciones de ira dirigidas a nosotros nos acusan válidamente de nuestro propio pecado. En ese caso, lo que se nos pide absorber tiene un significado muy diferente. Además, debemos reconocer que también hacemos esto a los demás. Cuando estamos heridos y no podemos dirigir nuestra ira y nuestras acusaciones contra quienes nos lastimaron, entonces, como Nadia Bolz-Weber comparte con tanta honestidad, a menudo terminamos perjudicando a las personas que más nos aman.
El amor tiene muchas modalidades, algunas cálidas, amables y cariñosas, algunas acusatorias, amargas y enojadas. Sí, a veces tenemos formas extrañas y anómalas de expresar nuestro amor y confianza. ¡Quién puede entender nuestros tortuosos corazones!
Por P. Ron Rolheiser, OMI (Trad. por Julia Hinojosa). Este artículo apareció originalmente en ronrolheiser.com.
P. Rolheiser es un es un sacerdote Católico Romano, miembro de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada, y presidente de Oblate School of Theology. Rolheiser es un teólogo, profesor, y un autor premiado. Aparte de su conocimiento académico en teología sistemática y filosofía, él se ha convertido en un orador popular en espiritualidad y religión contemporáneas y en el mundo secular. El escribe en un artículo semanal que es llevado a más de 70 periódicos de todo el mundo.